11
ISABEL
Ya hace un mes que Ariela me presentó a Alina, y una semana que se han ido a vivir juntas. Por suerte paso poco tiempo en casa, aun así la echo mucho de menos. Durante este mes han pasado cosas importantes, como la acertada decisión de Laura: abortó. Tanto miedo a que su novio la dejara y al final ha sido ella la que lo ha dejado a él, después de una dura disputa por no estar junto a ella cuando más lo necesitaba: el día de la intervención. Pero no estuvo sola, Ariela y Alina la arroparon en todo momento. Creo que ya tontea con otro chico y parece contenta, según me ha informado mi hija. María ha cedido a las presiones de su pareja, rumbo a la maternidad, aunque de momento sin los resultados ansiados por Pablo.
Alberto y yo seguimos con esta relación furtiva que remueve todos mis sentidos, a veces la pasión nos acecha en su despacho, aunque la mayoría de días quedamos en un hotel a última hora de la tarde, allí me dirijo ahora. En este barrio siempre es un problema aparcar, estoy cansada de dar vueltas, voy a meter el coche en un parking. ¡Qué ahogamiento! A estos subterráneos sin ventilación deberíamos bajar con una mascarilla de oxígeno. Salgo a la calle, respiro. El hotel está al girar la calle, camino despacio para evitar una torcedura de tobillo, sigo sin acostumbrarme a los tacones.
— Por favor, espera – Escucho una voz a mi espalda que me frena.
Me giro, veo a una mujer de unos cuarenta años, guapa y estilosa, la miro extrañada. Me debe haber confundido con otra persona, no la conozco. Ella sí parece saber quién soy yo.
— Tengo que hablar contigo – me dice. – Soy la mujer de Alberto – la escucho atónita, se me ha congelado la sangre.
Me quedo sin palabras. ¿Su mujer?, ¿está casado?, ¿por qué no lleva anillo?, ¡Olga me lo advirtió! Con la edad que tengo, cómo soy tan ingenua… Y Alberto, ¿por qué no me ha dicho que estaba casado? De hecho, nunca se lo he preguntado, en cambio él sí se interesó por mi estado civil, en la primera cita. ¿Daría por hecho que a mí me era indiferente? Ahora mismo me acabo de dar cuenta que me importa su condición de hombre casado, de que me afecta y mucho, porque me he enamorado de un imposible y tengo delante a su mujer, quien supongo que me va a pedir explicaciones o a estirarme del pelo.
Me dice que si podemos hablar con tranquilidad. ¿Qué significa tal declaración de buenas intenciones? Lo lógico sería que expeliese fuego por la boca.
— Me llamo Isabel. Ignoraba que Alberto estuviese casado – digo achantada. – Entiendo que el desconocimiento no exime mi culpa – añado.
Estoy nerviosa, hablo sin sentido. Dibuja una leve sonrisa, me tacha de simpática; recuerdo que su marido también me dio dicho calificativo. ¿La esposa de mi amante me ha dicho que soy simpática? O estoy mal de la cabeza y tengo alucinaciones, o estoy dormida y sufro una extraña pesadilla.
— Acompáñame por favor – además es educada.
Vamos hasta un coche, el suyo, me pide que suba, le hago caso. Actúo de manera rara, supongo que porque toda la situación lo es.
— Verás, quería hablar contigo para decirte que mi marido está enfermo.
¡Ahora sí que no doy crédito a lo que escucho! ¿Qué mujer le dice a la amante de su marido que está enfermo? Ni que fuésemos familia para ponerme en antecedentes sobre su estado de salud. Le debe pasar algo grave para que su esposa se tome las molestias de decírmelo. Seguro que sufre una enfermedad terminal y por eso le permite ciertas licencias. Pobre Alberto, me dan ganas de llorar, ¿cómo es posible que esté tan enfermo con las energías que derrocha? Desde luego su esposa es una santa, debe de quererlo mucho. Me siento fatal, mala persona. El único consuelo que me queda es pensar que en algo le he alegrado la última fase de su vida.
— ¿Qué enfermedad tiene? – pregunto con suavidad, pues no me creo con el derecho a hacerlo.
— Padece desorden hipersexual – responde contundente.
— ¿Qué?
— Que es adicto al sexo. No creas que eres su única amante, aunque sí con la que más encuentros ha tenido durante el último mes. Me da la sensación de que contigo tiene un enganche especial. Verás, hace años que asumí su problema, cara a la galería somos un matrimonio idílico y así debemos seguir. En casa cada uno a su alcoba, ¡a saber si ha contraído alguna enfermedad venérea! Sólo quería hablar contigo para advertirte de que no te enamores de él. Ni en sus planes ni en los míos está el divorcio. Ahora puedes ir a su encuentro, debe de llevar un rato desnudo esperándote – esgrime una sonrisa cínica.
Me he bajado del coche sin decirle ni adiós. Todas las ganas que tenía de ver a Alberto se han desintegrado de manera fulminante. A donde me voy ahora mismo es a encerrarme en mi casa.
Al volante de mi modesto utilitario, rememoro las veces que Alberto y yo hemos estado juntos. La única conversación que tuvimos fue la de la primera cita en una cafetería. A partir de entonces no hemos hecho otra cosa más que fornicar. Somos dos absolutos desconocidos. ¡Un momento! ¿Por qué debo darle credibilidad a las palabras de su mujer? Es posible que me haya contado una sarta de mentiras para que me aleje de él. Ahora dudo entre seguir camino de mi casa o si dar media vuelta e ir al hotel, debería escuchar la versión de Alberto.

12
OLGA
Hoy he estado con Dani. Tenemos previsto irnos juntos este verano de vacaciones, cuando los gemelos estén en el pueblo con mis padres. Todavía no hemos decidido destino, aunque sí los requisitos que debe cumplir: Un lugar escondido, con vistas al mar, tranquilo, donde podamos estar solos, entregados por completo el uno al otro.
Después del día que nos vimos en presencia de los pequeños Alex y Marta, decidimos mantenernos en contacto. Fuimos acortando el tiempo de nuestros encuentros hasta convertirlos en una cita fija una vez al mes. Siempre me llevaba a los gemelos; reconozco que los “utilizaba” para evitar caer en la tentación, con ellos delante como mucho nos permitíamos un sutil y fugaz roce de manos.
Durante varios años el nuestro fue un amor similar al platónico. Los niños iban creciendo y para ellos se convirtió en un hábito merendar un día al mes con nuestro amigo Dani. Así lo nombró Marta con poco más de tres años, cuando de manera espontánea me preguntó si aquel día tocaba merienda con nuestro amigo Dani. Lo soltó delante de Claudia quien me miró con su típica expresión de “no me explique que prefiero no saber”. Así nuestras vidas, de una manera sencilla y ocasional, se mantuvieron ligadas. Parece una tontería, pero esos encuentros perpetuados en el tiempo nos ayudaron a conocernos mejor, a afianzar nuestra relación y consolidar un amor que se hizo adulto, maduro.
El fatídico día que le diagnosticaron la enfermedad a Logan, puse fin a mis encuentros con Dani y a todo lo que no fuese dedicarme por completo al cuidado de mi marido, cuatro meses después fallecía en la cama de una de sus clínicas mientras yo le repetía lo mucho que le quería. Pese a estar enamorada de otro hombre, quise a Logan muchísimo y su perdida me dolió lo indecible. Nunca, ni antes ni después, he llorado tanto como el día de su funeral, aunque nadie me vio, resistí hasta que todos se fueron y pude encerrarme en nuestra alcoba. Marta y Alex tenían siete años recién cumplidos.
La fase psicológica del luto me arrastró a una catarsis. Desde entonces intento vivir al máximo la vida, de manera coherente pero sin darle importancia a las nimiedades, dejo pasar de largo a toda persona negativa que me encuentro en el camino, me inhibo instintivamente de angustias míseras e innecesarias, intento ser benévola ante las minucias y vehemente con mis anhelos.
Me costó varios meses volver a ver a Dani, fueron los gemelos los que me abocaron a llamarle para retomar los días de merienda. Dani se había ganado el cariño de sus hijos, aún sin saber que lo eran. Ahora, tras varios años y aunque nos vemos con mayor asiduidad, una vez al mes continuamos merendando los cuatro juntos. No obstante, delante de ellos nos mostramos como amigos, sin más; las caricias, los besos… en la intimidad.
