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ISABEL
Hoy no lo he visto, ¿para qué he estrenado estos zapatos que me están destrozando los pies? Menos mal que mientras estoy sentada me los quito, debajo de la mesa nadie ve si estoy descalza. También me he puesto un conjunto de lencería fina por si repetíamos en su despacho, y una falda fácil de remangar por si a falta de más tiempo teníamos un “aquí te pillo.” De nada me ha servido tanto preparativo, ¿dónde estará? Acabo la jornada un tanto desinflada, contrariamente a la emoción que traía esta mañana… Menos mal que he quedado con Olga, me voy directa desde aquí a su casa, seguro que una charla entre amigas suplirá la puntual ausencia de Alberto y me levantará el ánimo.
Llego a su finca. La casa de Olga es una mansión rodeada de jardines. Me deben de haber visto porque la verja se abre y no he llamado. Avanzo con el coche y la vislumbro al fondo, me saluda enarbolando la mano, mi hija también, ¿mi hija?, ¡qué sorpresa! no me había dicho que iba a venir, aunque tampoco me extraña. En ocasiones Ariela visita a Olga, con o sin mí, sé que piensa que ella es mucho más moderna que yo, la ve como a una hermana mayor y le tiene mucha confianza. A menudo nos juntamos las tres, o cuatro o cinco, las amigas más próximas, las mejor avenidas, y casi siempre en esta casa, ¿será por la piscina, el jacuzzi y los sirvientes? O simplemente porque Olga emana un fulgor especial, además de ser una excelente anfitriona.
Bueno, bueno, aquí se está cociendo algo y no me refiero en la cocina. Ariela me esquiva la mirada, Olga tiene esa cara suya de: “voy a decirte algo que quizás te disguste”. Pues hoy me niego a escuchar malas noticias; necesito motivación, ánimo.
— ¿Qué quieres beber? – me pregunta Olga.
— Según lo que me vayas a contar – le respondo. — ¿Me recomiendas una tónica o un whisky? – ironizo.
— Mejor un whisky – suelta mi hija.
Me empiezo a asustar, les exijo que me digan ¡ya! lo que sea que pasa. Olga me tranquiliza, dice que es una buena noticia, que nos ha reunido en su casa para celebrarlo. Entonces a qué viene tanto secretismo; miro a Ariela, me sonríe suavemente. La noticia es sobre ella, una madre conoce a su hija. Me imagino qué es lo que me van a decir, la confirmación de mi sospecha, ha llegado el momento de que mi niña abandone el hogar materno. Seguro que ha preferido decírselo antes a Olga por si yo me llevaba un disgusto, he de reconocer que soy bastante melodramática y según qué cosas es mejor decírmelas con tacto.
— Mamá – se decide a hablar Ariela. – Me voy a vivir…
— Sola – interrumpo. — ¡Cuánto me alegro, cariño! Es normal que quieras independizarte. Eso sí, espero que no te vayas muy lejos.
Ariela mira a Olga, parece que le pida ayuda, mi amiga se la ofrece, me dice que Ariela ha alquilado un apartamento, en el centro, aunque no estará sola, lo va a compartir con otra chica, Alina, su pareja. Me quedo muda, ¿Alina, su pareja? ¿Mi hija se ha enamorado de una mujer? ¿Ariela es lesbiana? ¿Y para decírmelo me han preparado esta especie de encerrona y ofrecido whisky? Qué se lleven el whisky y traigan champán ¡tenemos que brindar por la felicidad de mi niña! Me lanzo a abrazarla. Le reñiría por su falta de confianza hacia mí, pero me pongo en su lugar, sabe muy bien que hasta hace poco he estado bastante chapada a la antigua, aunque también sabe que nunca he sido una persona intransigente. Olga se une al abrazo, ¡cuánto las quiero!
Ahora mi principal interés radica en conocer a Alina. El viernes prepararé una cena informal. O mejor, la hacemos aquí, en casa de Olga y nos juntamos unas cuantas, seguro que a ella le parecerá bien. Se lo digo, obtengo un rápido “por supuesto” como respuesta.
Ahora me estoy dando cuenta de que durante un buen rato no he pensado en Alberto. Me ha venido a la cabeza porque Olga ha insistido en someterme al tercer grado, Ariela la ha secundado, he tenido que ceder. Entre copas, risas y por fin libre de los taconazos mortificadores, les he explicado lo atractivo que es mi Richard Gere y lo bien que lo hace todo.
— Es raro que un hombre tan fantástico como cuentas no esté casado, comprometido o algo así – dice Ariela.
Olga asiente con una mueca. Qué pesaditas están con el tema. A mí me da igual que esté casado, comprometido, divorciado o viudo. Lo paso bien con él, es un buen amante. Sí, eso es con exactitud lo que quiero, lo que me hacía falta: un buen amante. Lo he encontrado, si está casado mejor, así no buscará en mí otra cosa aparte de sexo. Me he acostumbrado a vivir sin la presencia de un hombre, a hacer lo que quiero cuando quiero, a salir y entrar sin dar explicaciones, a organizar la vida a mi manera, a estar en la cocina lo justo, a no encontrarme calzoncillos cuando pongo la lavadora, a dormir de lado, boca arriba o en diagonal sin chocarme con otro cuerpo, a darme baños de media hora sin escuchar “¡date prisa!”, a ignorar a las angustiosas que me decían lo mala que es la soledad. ¿Cómo hacerles entender que no convivir con un hombre te acerca más a la libertad que a la soledad? Hace muchos años que desistí de ello, que cada cual haga y piense lo que guste, a mí que me dejen tranquila que así estoy muy bien. La única ausencia que voy a notar en casa va a ser la de Ariela, de eso estoy segura.

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OLGA
Mis amigas deben de estar a punto de llegar. Le he dicho a Claudia que se ocupe de la cena de los gemelos y de que no se acuesten tarde, tarea nada fácil pues están bastante rebeldes. La asistenta se ha ofendido porque nosotras cenaremos sushi que he encargado a un reputado cocinero japonés y, refunfuñando, ha dicho que me despreocupara de Marta y Alex.
Las primeras en llegar son Ariela y Alina, a simple vista hacen buena pareja, se percibe su afinidad, su complicidad.
— Olga, le he dicho a Laura que se animase y viniese a cenar con nosotras. ¿No te molesta verdad? Mi amiga está pasando por un momento difícil y le irá bien distraerse un rato – me comenta Ariela.
Le respondo que ha hecho bien en decirle que venga. Hace unos días Isabel me contó que la chica está embarazada y confusa. La falta de libertades y la influencia social que todavía tiene la religión, provocan un dilema sobre el tema del aborto que hace estragos, sobre todo en mujeres jóvenes. Tengo clarísimo que por encima de cualquier posible nueva vida, están las ya existentes. Por lo tanto, si una mujer decide, por los motivos que sean, interrumpir su embarazo, está en pleno derecho de hacerlo. El hecho de que las mujeres tengamos una construcción biológica diferente a los hombres, nos ha encasillado a lo largo de la historia en determinados roles. ¿Por qué? Porque así ha sido asumido durante años y años de educación androcéntrica. Que podamos gestar, no significa que estemos obligadas a hacerlo. Que
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podamos alumbrar hijos, no significa que debamos encerrarnos en casa a ocuparnos de su crianza. Durante mucho tiempo ambas situaciones han debido ser acatadas por imposición, y pobre de la mujer que se declarara en “rebeldía”. Sin embargo, las sociedades machistas han iniciado su proceso de extinción porque las mujeres hemos empezado a querernos, a valorarnos, a decidir por nosotras mismas, a alejarnos de convencionalismos y estereotipos patrañeros.
Creo que desde que tengo uso de razón mi vida se ha desarrollado por el camino de la comprensión y el altruismo, dicho así suena como si fuese una misionera, vocación que admiro pero no poseo. Me refiero a la comprensión que conlleva respeto de ideas, de actuaciones, de pensamientos, siempre en pro de la igualdad de derechos entre diferentes sexos. Y al altruismo como herramienta de generosidad entre nosotras, las mujeres: las que opinen que deben seguir la ruta preestablecida que se abstengan de instigar a las que pensamos de manera diferente y evolucionamos hacia un mundo en el que no debamos competir con el género masculino, simplemente convivir con naturalidad sin ser infravaloradas.
¿Cuántas de nosotras nos hemos parado a pensar en la importancia de que las mujeres seamos económicamente independientes? Si compartimos vida con otra persona que sea por decisión y no por obligación. Los cuentos de muchachas desvalidas y príncipes salvadores son una gran estupidez. Es necesario educar en la igualdad en todos los sentidos, siendo el económico uno de los más importantes. Quizá el dinero no dé la felicidad, pero sí ayuda a ser libre.
Aquí llega Isabel, con una cara de satisfacción que da envidia. Seguro que ha tenido otro revolcón con el vicerrector. Ariela se acerca a su madre junto a su novia, mi amiga ve a su hija radiante, feliz, con eso tiene más que suficiente para mostrarse simpática, abierta y cariñosa con Alina. Isabel es de las mujeres que abrió los ojos a la realidad algo tarde, ha evolucionado con los años y las experiencias, antes era más tradicional que mi bisabuela. Siempre nos hemos querido mucho y por supuesto respetado, aunque algún que otro rifirrafe tuvimos
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cuando se casó y dejó de estudiar. Eso ya es agua pasada, la vida es una gran aleccionadora.
— ¡Delia! – exclamamos Isabel y yo al verla.
Viene guapísima, aunque no quiere reconocerlo sabemos que se hace retoques en la cara desde los treinta y pocos. Es de mi edad y no tiene ni una arruga. Desde jovencita ha sido coqueta, nunca la he visto sin una suave base de maquillaje. Tiene estilo, glamour y muy buenos sentimientos, es de las mejores personas que conozco. Lleva veintidós años casada, como la gran mayoría de los matrimonios han tenido momentos de todo, los buenos han podido con los que no lo han sido tanto. Su marido es un hombre pacífico, de carácter templado, se compenetran, se apoyan. Tuvieron un hijo, falleció al poco de nacer, superaron la pérdida unidos. Nunca hablamos de ello, ¿para qué hurgar en el dolor?
Ahí llega María, pronto celebraremos su cuarenta cumpleaños. Fue la última en unirse al grupo. La conocimos hace ocho años, cuando a Isabel, a Delia y a mí nos entró la fiebre del kickboxing y nos apuntamos. Isabel se borró a los quince días; ella y el deporte son incompatibles. María era la profesora, pronto entablamos amistad, ya entonces convivía con su actual pareja, Pablo, a él apenas lo conocemos. María es una persona tranquila, de voz dulce y tono sosegado. Siempre dispuesta a escuchar y apaciguar los problemas y nervios ajenos. Mira a la vida desde un prisma catalizador.
Estamos haciendo tiempo, tomando un poco de vino a la espera de que llegue Laura, aunque por la hora que es me temo que cenaremos sin ella.
Hemos empezado a cenar sin Laura. Ariela la ha llamado varias veces por teléfono y salta el contestador. La velada está siendo amena, incluso divertida, cuando Isabel y Delia se juntan es un no parar de reír; a cual más picante y aguda. La única que parece algo seria es María, le pregunto si se encuentra mal, está ojerosa.
— Es verdad María, tienes mala cara – se preocupa Isabel.
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— Algo te pasa, apenas hemos escuchado tu dulce vocecilla – le sonríe Delia.
— Sois medio brujas – responde. – Tengo un conflicto interno. Creía que el rato que estuviese con vosotras podría aparcarlo, pero no ceso de pensar, de darle vueltas al tema.
Todas nuestras miradas y atención se centran en ella, a la espera de que se desahogue, para eso están las amigas. Se desahoga:
— Estoy pensando en ser madre.
— ¿Tú? – Hemos cuestionado al unísono Delia, Isabel y yo. ¿Cómo se va a estar planteando tener una criatura si no los aguanta ni un ratito? Le pusimos el apodo cariñoso de “Herodes” porque no soporta a los críos, la agobian, es algo superior a ella. Y siempre nos ha dicho que ni loca sería madre.
— ¿Por qué me miráis con esas caras? ¿Tan raro os parece?
— Muy raro, muchísimo – responde de inmediato Delia.
— Entiendo que os sorprenda, la verdad es que no estaba en mis planes…ya sabéis que siempre he dicho que no quería ser madre. La vida da muchas vueltas y, aunque Pablo y yo siempre habíamos estado de acuerdo en que no íbamos a tener hijos, ahora se ha encabezonado en que quiere ser padre, además con prisas.
— A ver, María, voy a hacer un esfuerzo para entender lo que dices. El hecho de que Pablo quiera ser padre conlleva que por fuerza tú seas madre ¿es eso? – interviene Ariela.
— ¡Claro! Soy su pareja. ¿Qué voy a hacer?, ¿incitarlo a que sea padre con otra? – responde molesta. – Además, Pablo dice que una mujer no se realiza hasta que es madre, yo estoy incompleta.
— El que está incompleto es el cerebro de Pablo – lanza Ariela.
María está en una encrucijada. La seguridad que tenía en ella misma flaquea. ¿Cómo puede creerse una mujer incompleta por no ser madre? Hay muchas mujeres que optan por no serlo, otras que quieren y no pueden; en ningún caso son personas incompletas, aunque psicológicamente se pueden sentir afectadas por culpa de las presiones sociales propias de una sociedad rancia y costumbrista. Las mujeres podemos dar prioridad a diferentes facetas durante nuestra vida, una
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de ellas es la maternidad, pero hay otras muchas opciones. Vivir en pareja no obliga a ser madre, y viceversa, se puede ser madre sin pareja. La elección siempre debe ser libre y personal.
— Brindemos por Ariela y Alisa – Isabel ha dado un giro a la conversación alzando su copa. — Estamos de celebración, es momento de pasarlo bien, anímate María.
He observado una agradecida relajación en las facciones de María. Aunque ahora está confusa, sabrá tomar la decisión adecuada, no es persona de achicarse ante los problemas. De nuevo las risas han vuelto a la “reunión feminista”, ¡eso es lo que ha dicho mi hija! La tremenda de Marta ha aparecido de golpe, se ha plantado frente a nosotras enfundada en su pijama, y ha dicho que quería unirse a la “reunión feminista”. La he enviado de vuelta a la cama, se ha ido protestando.
