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ISABEL

Ayer, después de hablar con Olga, me animé. Me ha puesto en contacto con su abogado por si me hiciese falta, aunque ella cree que la investigación será breve y el caso se cerrará rápido. La viuda también debe estar interesada en zanjar cuanto antes las circunstancias de la muerte de Alberto, sobre todo para evitar que salga a la luz el tema de su adicción al sexo. Me dejó claro lo mucho que le importaba guardar las apariencias de cara a la galería.
Hoy he acudido a mi lugar de trabajo, me he arreglado un poco porque así me lo ha recomendado Olga, aunque lo de llevar taconazo ha pasado a la historia. Al llegar esta mañana la agorera me ha saludado y ahora me ha regalado una sonrisa; raro en ella.
Anoche Ariela me llamó por teléfono, se había enterado de la noticia y quería venir a verme. Le dije que estaba bien, pero muy cansada y pospusimos la visita para hoy, esta noche cenaremos las seis juntas, también vendrá la novia de mi hija y mis amigas. Sé que vienen a ofrecerme su respaldo, pese a mi desanimo estoy deseosa de verlas y pasar un rato con ellas.
Ariela y Alina me han ayudado a preparar la cena, sin mediar palabra sobre lo acontecido. Evitan hablar de ello, Ariela suple las palabras dándome un beso cada cinco minutos. Se lo habrá aconsejado Alina que es psicóloga. Llegan mis amigas, las tres juntas, también evitan meter el dedo en la llaga; me saludan como cualquier otro día, vienen de buen ánimo o fingen tenerlo para transmitírmelo. Ahora mismo estamos seis mujeres en una cocina de pequeñas dimensiones.
— ¡Todas al salón! – exclama Olga brincando como una chiquilla hacia el equipo de música.
Delia colorea de vino las copas. María y Alisa alegran la composición de la mesa con bandejas de canapés, jamón, quesos y pastel de atún. Reservan en la nevera los postres. Ariela enciende unas velas. Las veo pululando por mi casa, se me olvidan las penas, con una copa de tinto en la mano dejo que mis pies se deslicen al ritmo de la música, mi espíritu canta. Se unen a mi arranque, danzamos en círculo, fusionadas en el rito, alabamos la amistad.
Después de llenar los estómagos de comida y alcohol, sin llegar al empacho ni a la ebriedad, hacemos malabarismos en esa fina línea que nos desinhibe, desatamos las risas tontas y contagiosas, se nos suelta la lengua, a mí la primera, retumba una frase en la sala: — ¡Alberto era un asqueroso de mierda!
— ¡De mi-er-da! — las demás hacen el eco.
— ¡Pablo es infértil! – vocea María.
Su exclamación, en lugar de eco, suscita interrogantes que se solapan, entremezclan, pisotean…
— ¿Su semen es pobre?
— ¿Os lo ha dicho el médico?
— ¿Ya tenéis el resultado de las pruebas?
Y una aclamación conjunta:
— ¡Felicidades, María!
— El diagnóstico es infertilidad masculina – nos mira con una amplia e inevitable sonrisa. – Le han recomendado un tratamiento, aunque sin asegurar resultados positivos. Pablo ha decidido quedarse como está. Sé que no debería alegrarme, sin embargo me siento aliviada. Vosotras sabéis que iba a ser madre solo por complacerlo, para salvar nuestra relación. Es curioso, a raíz de lo sucedido me he dado cuenta de que no quiero seguir a su lado, me ha agobiado hasta tal punto que se me ha atragantado. Y la manía que cogió de catalogarme de mujer incompleta por no tener hijos… Ahora debería decírselo a él, que es un hombre incompleto, pero eso sería vengarme con un maltrato psicológico, el mismo que él me ha estado propiciando durante todo este tiempo. Yo no soy así, ni rencorosa, ni vengativa, ni creo que un hombre o una mujer sin hijos seamos incompletos. Me da pena aceptar la realidad, después de tantos años… Se lo diré en cuanto llegue a casa… nuestra relación está acabada.
María nos ha dejado boquiabiertas. La conocemos bien, es indudable la veracidad de sus palabras. Claro está que no va a dejar a Pablo por su problema de infertilidad. Hay relaciones que con el tiempo se afianzan y otras que se agotan, por un motivo u otro. A veces vivimos en pareja por la comodidad, la costumbre, por el miedo o la pereza que nos produce el cambio, porque creemos que la soledad será insoportable, porque pensamos que así ya estamos bien (aunque en nuestra vida no haya ni media ilusión). Cuando el amor se acaba, la ruptura nos libera a ambas partes, por mucho que al principio duela, es peor el sufrimiento de mantener una relación donde predomine la apatía. Aguantar por aguantar es un camino sombrío, abrupto y, en la mayoría de los casos, agónico.
— ¿Postres y chupitos? – interviene Ariela.
Un largo y unido “síiiiiiii” es la respuesta. Esta noche nos vamos a permitir algunos excesos. Si mañana tenemos resaca, será de las que gusta recordar.

Trinidad Fuentes

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OLGA

Me estalla la cabeza, ayer me excedí con el alcohol. La estridente voz de Marta se me clava en las sienes, su futuro como cantante es nulo. Cada mañana baja las escaleras de carrerilla, tarareando alguna canción. Desparrama y contagia alegría. Detrás aparece Alex, desciende con templanza. Hoy, la mesa del desayuno, está preparada para un comensal más.
— ¿Tardará en llegar? – pregunta mi hijo.
— ¡Debe ser él! – exclama Marta al escuchar el sonido del timbre. Sale corriendo a su encuentro.
Por primera vez Dani entra en mi casa. Esta tarde sale su vuelo y los gemelos insistieron en que viniese a desayunar para despedirse. Estará fuera un mes, marcha a una zona en conflicto, como siempre. A Alex se le ha alegrado la cara al verlo llegar, durante todos estos años se ha gestado entre ellos una profunda afinidad.
— Cuando vaya a la universidad estudiaré periodismo – dice Alex tras dar un trago al zumo de naranja natural. – Seré corresponsal de guerra, como tú – se dirige con firmeza a Dani.
— ¿En serio? – el rostro de mi amado se ilumina.
— Pues yo seré médico, como mi padre – irrumpe Marta. – Y debo decirte que soy pacifista, no me gustan las guerras. ¿Por qué te dedicas a un trabajo tan desagradable? – lo avasalla.
Alex interviene; le dice a Dani que ignore a Marta, que es tonta y no entiende la importancia de informar. Le digo a mi hijo que no insulte a su hermana. Dani me mira, susurra que tengo mala cara.
— Me estalla la cabeza – admito.
— ¿Resaca? – sonríe.
— Sí – me imanto a su sonrisa, recordando el buen rato que mis amigas y yo pasamos anoche.
Me resulta extraño visualizar la escena que estamos viviendo en este preciso instante. Los cuatro entorno a la mesa como una familia tradicional, nunca me imagino algo así junto a Dani. Saboreamos el desayuno, compartimos anécdotas, reímos, recordamos. Marta rompe el encanto del momento con una de sus preguntas directas:
— Dani, ¿Por qué nunca habías venido a nuestra casa? Nosotros tampoco hemos ido a la tuya. ¿Dónde vives?
Estoy segura de que Alex se plantea las mismas cuestiones, solo que él es un jovencito prudente y no lanza al aire palabras afiladas. Los gemelos, con la mirada intermitente entre Dani y yo, atienden respuestas que eludo.
— Daos prisa en terminar el desayuno o llegaréis tarde a la escuela.
— Yo me tengo que ir – se levanta Dani. – Todavía tengo el equipaje a medio preparar. Gracias por invitarme. Os voy a echar de menos – parece emocionado, nunca lo había visto así.
— Nosotros también te echaremos de menos – Alex se le abraza, me doy cuenta de lo alto que está. — ¿Me escribirás? Prometo responder a todos tus e-mails.
Ahora soy yo la que se emociona. Sigo sentada e indecisa; dudo si es la ocasión perfecta para decirles la verdad a los tres, así me quito esta carga que me mortifica día sí y día también. Marta se me acerca y musita en mi oído:
— Mamá, sé que estás enamorada.
Esta niña me supera. Era lo que me faltaba escuchar para confundirme aún más.
— ¡Vámonos, Alex! – impone a su hermano. — ¡Hasta pronto, Dani! – Se dan un tierno abrazo. – Espero que cuando vuelvas nos invites a merendar… en tu casa…
El chófer ha llevado a los gemelos a la escuela. Yo me he ido con Dani, a despedirnos en la intimidad de su piso. A veces, cuando ven83
go aquí, pienso en la diferencia de estatus socioeconómico existente entre nosotros y me pregunto si, en un futuro remoto decidiésemos vivir juntos, él se vendría a vivir a mi casa. Me cuesta imaginármelo… Estamos bien así, es una tontería pensar en una convivencia con la que siempre he estado en descuerdo. Lo de la diferencia de estatus carece de importancia; mis padres y mis mejores amigas tampoco tienen mi misma condición económica y viven en barrios menos “altaneros”. Sé que algunas personas del vecindario me criticarían si supiesen de mi relación con Dani, porque no pertenece al “círculo”. Aunque ante los cotilleos siempre respondo con un pasotismo aplastante, todavía existe ese concepto machista según el cual es normal que el hombre tenga mayor estatus y poder adquisitivo que su pareja, en cambio, está mal visto que sea una mujer la que tenga mayor poder económico en una relación; Sandeces de la cultura patriarcal.
Pensaba que era una excusa que Dani le había puesto a los gemelos ante las atosigantes preguntas de Marta, pero compruebo que es cierto, que aún tiene el equipaje medio hacer, maletas por el suelo, ropa y papeles sobre la cama… ¡un tremendo desorden! Borro completamente la idea de vivir juntos, para mí resultaría insoportable.
Me acecha por detrás. Siento el arropo de sus brazos, fuertes y melosos. Me giro, sobran las palabras, besos efusivos, el tiempo acucia, escucho flojito aquel “te amo” que un día nos separó, ahora me gusta… Aún no se ha ido y ya estoy deseando que regrese.

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