19
ISABEL
La irrupción de Alberto en mi vida me parecía algo inédito, fabuloso, inenarrable. Hoy, semana y media después de su muerte, pienso en el maldito día que apareció en la facultad. ¡Por qué diablos me fijé en él! No me gusta blasfemar, sin embargo ahora me es inevitable, escupiría sabandijas por la boca, todos los insultos que se me ocurren me parecen nimiedades, para colmo tengo que armarme de hipocresía y abnegación e ir al cementerio, hoy lo entierran. Nos enviaron otro correo con señal de alerta, como el que anunciaba su fallecimiento, este era una “convocatoria” a su funeral. Así que me toca poner cara de compungida y aguantar. Le he pedido a Olga que se acerque al camposanto, por si pierdo los estribos; es como un talismán, si sé que la tengo a mano me tranquilizo.
Hay gente a la que le gusta pasearse por los cementerios, ¡menuda diversión! Espero que cuando me llegue la hora hagan caso a mis últimas voluntades y me incineren.
Este olor a humedad rancia me produce nauseas, la mirada de la agorera me las agudiza. Mis ojos buscan con desespero a Olga, la encuentran, siento alivio. Mi amiga guarda una distancia prudencial del grupo que hemos venido, voluntarios u obligados, a dar el último adiós al señor sexo adicto. La mayoría somos gente del trabajo. Escudriño entre las mujeres asistentes, las analizo y me pregunto si formaban parte de su famosa “agenda romántica”. Una de ellas llama mi atención, resalta por su estilo sencillo y sexi, viste de negro riguroso. Hay mujeres que están sexis con cualquier trapo, todo les queda bien. La observo, me fijo con detalle, parece haber venido sola. Pese a la llovizna, se esconde tras unas grandes y oscuras gafas de sol. Me distancio unos pasos de mi grupo, me acerco a la intrigante mujer, llora, saca un pañuelo del bolso. ¡El bolso, de una marca carísima, reaviva mi memoria! Vuelvo a mirarla a la cara, la repaso de arriba abajo, ¡es ella!
Dudo qué hacer, ¿la desenmascaro?, ¿le preguntó por qué me dijo que era su esposa?, ¿llamo a la policía? Me disperso, no consigo concentrarme, ¿para qué ha venido?, ¿quién es en realidad?, ¿por qué llora tanto? ¿Dónde estará Olga?, la necesito. Ahí sigue, continua en el mismo sitio, creo que ha percibido mi zozobra, camina hacia mí. Alzo las cejas para ver si Olga entiende algo, derivo los ojos hacia la susodicha, vuelvo a alzar intermitentemente las cejas mirando a Olga. Mi amiga se pega a mí y me pregunta qué me sucede. Le susurro que la fingida esposa es la mujer de negro que está a la derecha. Se sorprende. Vemos como mete la mano en el bolso y saca un teléfono móvil que vibra, responde a la llamada, se gira y avanza en dirección a la salida.
— ¡Se va! Hay que seguirla – dice Olga, me estira de la mano.
— No puedo irme hasta que lo entierren.
— ¡Vamos! – insiste con otro estirón. Está fuerte, me ha hecho daño.
Es evidente que la falsa viuda está acostumbrada a caminar sobre tacones, porque los lleva altos y avanza rauda. ¡Con lo que me costaba a mí dar dos pasos con aquellos taconazos! Menos mal que pasaron a formar parte de mi historia y dejaron de torturarme los pies. Nosotras detrás, con disimulo, aumentamos el ritmo de nuestros pasos y lo volvemos a disminuir, sin perderla de vista. Se detiene y sube a un coche, el mismo al que me llevó para soltarme el rollo de la digna esposa. Olga dice que tiene el suyo aparcado cerca, corremos, llegamos, subimos, arranca, acelera, nos posicionamos detrás de ella. Me empieza la risa nerviosa, esto es rocambolesco, Olga me riñe. Intento aguantarme la risa, imposible, cuando me da, cuesta pararla.
— Isabel, te vas a ahogar, traga saliva y respira hondo.
Olga tiene razón, la risa se desborda, carcajadas que me dejan sin respiración, las lágrimas saltan de mis ojos. Mi amiga desiste, me deja por imposible y se concentra en la persecución. La mujer se ha desviado por una calle estrecha y larga, ahora abocamos a una avenida. Mi ataque de risa se apacigua, me duelen las quijadas. Aminora la velocidad, nosotras también, gira, se adentra por un laberinto de calles ombrías y edificios viejos, un lugar en desacorde con sus atavíos y apariencia. Aparca justo en frente, nosotras a unos metros de distancia. Entra en un portal.
— Quédate en el coche. A ti te conoce, yo la seguiré.
Hago caso a mi amiga y observo como se desliza calle abajo hasta entrar en el bloque de fachada desconchada. Olga es una mujer todoterreno, nadie diría que vive rodeada de comodidades y lujos.
Después de tanto reír me ha dado un bajón. Toda mi vida he evitado las complicaciones, los líos, el frenetismo; soy una persona sin grandes pretensiones, sencilla, ¿cómo es posible que esté envuelta en este caos? Veo a Olga salir del portal, viene hacia el coche.
— ¿Has descubierto algo?, ¿sabes quién es? – le pregunto ansiosa por disipar mis recelos.
— He subido por las escaleras hasta que la he visto entrar en un piso. Ha abierto con una llave, es posible que sea su vivienda.
— ¿Cómo va a vivir una mujer con esa porte, esa ropa y ese coche, en un lugar así? – pongo en duda.
— La vida da muchas vueltas, Isabel. Es posible que sea una rica venida a menos… Al bajar he mirado en el buzón correspondiente al piso, hay escrito un nombre: Mónica Cebrián. Vamos a la comisaría – zanja seria.
Cuando Olga se centra en algo relevante, impone. Parece que borre cualquier otro tema de su mente, como si fuese un autómata se enfoca hacia su objetivo. Si me pareciera a ella, aunque fuese un poquito, las cosas me irían mejor. Aunque, bien pensado, las cosas me iban bien, se torcieron cuando apareció en mi vida Alberto. Voy a intentar ser positiva, ahora le explicaremos a la policía dónde pueden encontrar a la falsa esposa, cuando lo comprueben confiarán en mi palabra. Verán que no les mentí, que esa mujer existe.
Todo el camino en silencio. Hemos llegado, Olga me dice que baje del coche y me ciña a asentir lo que ella diga.
— Claro – acepto flojito.
Entramos en comisaría y mi amiga pregunta por el inspector que me interrogó hace unos días. Le dicen que está reunido.
— Esperaremos – le responde señalando unos asientos.
Nos hemos sentado. Mutismo absoluto entre ambas. De repente Olga lo rompe con una advertencia.
— Si notas que te da la risa nerviosa corre y enciérrate en el lavabo.
La reunión parece eternizarse, llevamos un rato a la espera. ¡Aparece! Intercambia con otro policía breves palabras y se dirige a nosotras. Nos da las buenas tardes y nos pide que le acompañemos.
Otra vez me encuentro en la sala de interrogatorios, por suerte en esta ocasión a mi lado está Olga en lugar de la agorera.
— Ustedes dirán – nos observa.
— Hoy ha sido el sepelio del vicerrector – empieza a hablar Olga.
— Lo sé, he estado presente – afirma el inspector.
— ¿Usted estaba en el cementerio? No lo he visto — se me escapan las palabras. Olga me da una patadita.
— Yo sí las he visto a ustedes, por cierto, parecían tener prisa, se han ido pronto.
Me estaba vigilando ¡seguro!, cómo estoy bajo sospecha…
— Precisamente de eso veníamos a hablarle, inspector – se lanza mi amiga. – Estábamos allí cuando Isabel ha reconocido a la mujer que se hizo pasar por la esposa del difunto. La hemos seguido hasta un edificio. Esta es la dirección y el nombre que reza en el buzón — saca un papel del bolso donde lleva escritos esos datos y se lo entrega.
— Señora, ¿qué pretende que haga con esto? – coge en volandas el papel.
— Su trabajo, investigar – zamarrazo dialéctico de Olga.

20
OLGA
Hace varios días que enterraron a Alberto, en cuanto acabaron de realizar la autopsia. Según me ha contado Isabel, ya han trascendido los resultados y son el tema de conversación en todos los corrillos. Al parecer, se confirma que murió de un fuerte golpe en el lóbulo frontal, posiblemente de manera accidental. También se rumorea que una mujer estuvo con él en el hotel aquella tarde, pues alguien le dio una patada en los testículos y, en uno de ellos, dejó la dolorosa marca de un esbelto tacón.
Hoy estoy cansada. He llegado a casa antes que los gemelos y le he dicho al chófer que pase a buscarlos por la escuela. Echo de menos a Dani, pese a que me telefonea a menudo. Releo el mensaje que me envió anoche, después de nuestra charla en la distancia:
“Cariño, adoro hablar contigo…me pasaría horas. Me gusta tu risa, me relaja tu voz. Te amo.”
Me motiva el pensar que su regreso está próximo. Rememoro los inicios de nuestra relación, éramos tan impetuosos, tan decididos. En el fondo somos muy parecidos. Siempre he rehusado la idea de una convivencia con Dani, ahora la empiezo a acariciar… Estoy soñando despierta, actividad muy propia en mí. Fabulo cómo me gustaría que fuese, cuando en realidad su marcado desorden y hogareña parsimonia me desquician. Vuelvo a la misma conclusión de siempre: Dani y yo no podríamos vivir juntos, duraríamos dos días. Así somos felices, ¿para qué cambiar la situación?
Escucho el motor de un vehículo, los gemelos llegan; Marta canturrea. Alex, directo a la cocina, apela la presencia de Claudia. Parece que la quiera más que a mí. Es un interesado, sabe que ella le prepara la merienda. Mi hijo tiene, a todas horas, un apetito voraz.
Mi hija asoma la cabeza por la puerta del salón. Su mirada vivaracha me pone en alerta.
— ¡Hola, mamá! – se lanza al sofá junto a mí, se me acabó el descanso.
— Hola cariño – la besuqueo.
— ¿Qué haces aquí tan solita? – cuestiona. — ¡Ya sé! Sueñas despierta – afirma. – He oído a Isabel decir que lo haces a menudo.
Esta niña tiene materia de espía. Me pregunto qué más sabrá de mis conversaciones con las amigas.
— ¿Estabas pensando en Dani?
Desde que le confirmé a Marta el amor que Dani y yo nos profesamos, me pregunta a diario si pienso en él, si he hablado con él, si lo echo de menos, si tengo ganas de besarlo, y demás cuestiones que se le pasan por la cabeza. Hoy me salva de responder el oportuno sonido del móvil, leo en la pantalla: Dani. Es extraño que llame a estas horas, me alerto.
— ¿Dani? ¿Pasa algo, estás bien?
— Hola Olga – percibo seriedad en su voz. – Estoy bien. Vuelvo antes de lo previsto, dentro de cinco o seis días. Y… – hace una larga pausa. – Y es importante que nos veamos a solas, tenemos que hablar.
