El título de este artículo es una frase de Calderón de la Barca. Me inspiré en ella, en casos reales y en mi propia experiencia, al escribir una novela que empieza así:

Judith ha entrado en coma. Sucedió de madrugada sin que me percatase de ello. Es la segunda noche que he pasado junto a su cama, atenta a su evolución, implorando su mejoría. Cerró los ojos como tantas veces ha hecho durante estos dos días. Dejó caer los párpados arrastrados por la inercia y permitió que su maltrecho organismo sucumbiera a la debilidad. Pese a los múltiples traumatismos que alberga su cuerpo, pensé que dormía con placidez gracias a los calmantes que le administran por vía intravenosa. Me equivoqué y salí rápido de mi error. Llamé con desespero al personal sanitario, que acudieron de inmediato y me obligaron a abandonar la habitación. Durante años recé a mi manera, aun siendo agnóstica, para que un hecho como este nunca llegara a producirse. Ahora suplico en silencio, no sé muy bien a quién o a qué, que no suceda algo peor.

Pese al esfuerzo que pongo en ello, me cuesta entender cómo Judith ha llegado a tan dramática situación. Por qué me retiró su confianza y se negó a aceptar mi ayuda. Es posible que me viese más como Leticia la psiquiatra, que como Leticia su amiga y hermana. Yo solo intentaba provocarle una reacción, sacarla de la prisión en la que se había convertido su vida, y lo primordial: liberarla del carcelero.

                                                                                                   La sangre del ángel, 2005

Hace unos días el Tribunal Supremo avaló la publicación de la identidad de un maltratador condenado. ¿Decisiones como esta podrían ayudar a disminuir el número de víctimas? Yo creo que sí, que se deberían tomar más decisiones y medidas de este tipo para que el culpable no se regocije en la sensación de “impunidad”. Es necesario ahondar y trabajar en factores cuya responsabilidad radica en la sociedad y en los principios y valores por los que esta debería regirse.

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