José Antonio Rodríguez Vega, «El mata viejas», nació en Santander el 3 de diciembre de 1957. El mayor asesino en serie español tuvo, desde joven, tendencias agresivas. Su madre lo echó de casa porque pegaba a su padre, un hombre enfermo.
En un principio se le apodó «El violador de la vespa». Era el transporte que utilizaba cuando, todavía siendo adolescente, inició su faceta criminal como violador. El 17 de octubre de 1978, a la edad de veinte años fue detenido como sospechoso de varias violaciones. Confesó su autoría sin mostrarse arrepentido. Fue condenado a un total de 27 años de prisión que se redujeron a 8 ya que todas las víctimas le perdonaron excepto una. Salió en libertad a finales de 1986. Su primera esposa, Socorro Marcial, lo había abandonado y se había llevado con ella al hijo que tenían en común. Cuando salió de la cárcel, José Antonio Rodríguez empezó a convivir con una mujer deficiente mental. Se podría decir que aquí inició la segunda etapa de su vida
Era un manipulador con cara de buena persona que, obviamente no se reinsertó, al contrario, sus instintos más bajos se agudizaron y los satisfizo violando y matando a dieciséis mujeres en un año, de abril de 1987 a abril de 1988. La más joven de las asesinadas tenía 61 años, y la de mayor edad, 93.
Esta es la escalofriante lista:
Victoria Rodríguez, 61 años; asesinada el 15 de abril de 1987.
Simona Salas, 84 años; asesinada el 13 de julio de 1987.
Margarita González, 82 años; asesinada el 6 de agosto de 1987.
Josefina López, 86 años; asesinada el 17 de septiembre de 1987.
Manuela González, 80 años; asesinada el 30 de septiembre de 1987.
Josefina Martínez, 84 años; asesinada el 7 de octubre de 1987.
Natividad Robledo, 66 años; asesinada el 31 de octubre de 1987.
Catalina Fernández, 93 años; asesinada el 17 de diciembre de 1987.
María Isabel Fernández, 82 años; asesinada el 29 de diciembre de 1987.
María Landazábal, 72 años; asesinada el 6 de enero de 1988.
Carmen Martínez, 65 años; asesinada el 20 de enero de 1988.
Engracia González, 65 años; asesinada el 11 de febrero de 1988.
Josefina Quirós, 82 años; asesinada el 23 de febrero de 1988.
Florinda Fernández, 84 años; asesinada el 16 de marzo de 1988.
Serena Ángeles Soto, 85 años; asesinada el 2 de abril de 1988.
Julia Paz, 71 años; asesinada el 18 de abril de 1988.
«El mata viejas» cuidaba su metodología y utilizaba un falso encanto para embaucar a las víctimas. En los primeros crímenes se aseguró de no dejar rastro, pero luego se fue confiando y tuvo algunos descuidos como los restos de ADN que facilitó el trabajo de los investigadores.
Todos sus asesinatos seguían un patrón, asfixiaba a las mujeres provocándoles un edema pulmonar y paro cardiaco, así parecía que el fallecimiento se debía a causas naturales. Sin embargo, el aumento de este tipo de muertes en una misma franja de edad alertó a la policía.
Como la gran mayoría de los asesinos en serie, José Antonio Rodríguez seguía a sus víctimas, las observaba y estudiaba cada detalle antes de actuar. Para que las mujeres confiaran y le abriesen las puertas de sus casas utilizó su profesión de albañil, así como de reparador de televisores o similar. Una tarjeta suya en la que constaba como albañil fue hallada en la vivienda de una de las fallecidas y fue determinante para su detención.
A todas sus víctimas las violaba, antes o después de asesinarlas y se llevaba algún objeto para darle un posterior uso macabro en su mente fetichista.
Muchos de los cadáveres fueron encontrados con la ropa interior bajada y los órganos sexuales violentados o sangrando. Era tal el grado de violencia que «el mata viejas» ejercía sobre sus víctimas que, a una de ellas, Margarita González Sánchez de 82 años, la encontraron muerta con la dentadura postiza clavada en la garganta.
El 18 de abril de 1998 la policía encontró muerta en su domicilio a la última víctima de José Antonio Rodríguez. Se trataba de Julia Paz Fernández de 71 años. Había sido asfixiada y ultrajada. Había comprado una puerta blindada y el instalador fue Rodríguez, la policía siguió la pista, lo vigilaron y fue detenido a finales de mayo de 1988 en la calle Cabo de la torre. Al registrar su domicilio los agentes comprobaron que José Antonio tenía una habitación pintada de rojo y repleta de todos los objetos que había sustraído a sus víctimas: ropa, relojes, joyas, muñecas, televisores, dentaduras, fotografías…
«El mata viejas» no tardó en confesar y fue condenado a 440 años de cárcel.
Durante el juicio, celebrado en Santander a finales de noviembre de 1991 mostró su soberbia y egolatría. Miraba fijamente a las cámaras con ansias de popularidad. Nunca se arrepintió, aunque achacaba su comportamiento al trato que decía haber sufrido por parte de su suegra y de su madre, a las que odiaba. También se quejó de que los informes psiquiátricos presentados en el juicio lo catalogaran como un psicópata peligroso para la sociedad.
Al este asesino y violador lo cambiaron varias veces de cárcel por la mala relación que mantenía con otros presos. La última vez fue trasladado desde la cárcel de Dueñas al centro penitenciario de Topas, en Salamanca. Entonces llevaba cumplidos 14 años de sentencia y le quedaba solo 8 para poder salir a la calle, a pesar de que la condena era de un total de 440. Rodríguez no escondía a los otros presos la crueldad de sus crímenes, sino que se jactaba de ellos. Aseguraba que cuando saliese de la prisión se vengaría de los que lo habían metido allí y que escribiría un libro que le daría mucho dinero. Pero José Antonio Rodríguez Vega no salió con vida de prisión. El 24 de octubre, solo dos días después de su traslado a Topas, fue asesinado brutalmente por González del Valle y Rodríguez Obelleiro. Ambos reclusos le asestaron un total de 113 puñaladas con un objeto afilado de fabricación casera. «El mata viejas» falleció al instante y lo enterraron en un nicho común en el cementerio de Salamanca.